3.16.2009

Ana

Era Ella.
Su corazón, que latía frenéticamente, confirmaba que sus ojos no le engañaban, que aquel no era un espejismo. Las sensaciones eran demasiado intensas: no podía estar soñando.
Algunos días atrás se había propuesto llevar las riendas de sus sueños mientras dormía, dada la recomendación de uno de sus autores favoritos. Pero los resultados no siempre eran los esperados, quizá porque la incerteza es parte del misterio de la vida, y hace de las suyas incluso en cuando dormimos. Y esta vez, mas que cabalgar sobre una pesadilla, parecía flotar sobre el viento.

El estrépito de los autos, con sus motores bufando como bestias salvajes y los aullidos de su cornetas, le hizo volver de su letargo como una fría cachetada al rostro. Pero Ella seguía ahí, sentada en el asiento de aquel autobús.
Su mirada era seria y profunda, y parecía abstraída en algún pensamiento interesante del universo de su imaginación. A veces, aquella seriedad se cambiaba en una sonrisa que iluminaba su rostro, como un arco iris, para luego volver a su habitual seriedad.
Mientras la observaba, se le antojó pensar que aquella misteriosa joven mujer era de esa clase de personas taciturnas que pueden pasársela muy bien sin los demás, pero que disfrutan de la compañía de otros; esa clase de gente con la que es fácil entretenerse en agradable conversación hasta el día siguiente.

Lucía espléndida. Su pelo crespo, largo y lacio, brillaba con los pocos rayos de Sol que cruzaban por las ventanillas de cristal en aquella mañana. Su delicado rostro, de finas facciones, poseía ese tipo de belleza que es sencilla e increíble a la vez. El alegre amarillo de su vestido contrastaba con sus ojos oscuros.
Con una mano jugueteaba con una banda elástica que llevaba por pulsera, mientras sostenía dos o tres libros con la otra. Llevaba en su regazo aquel enorme bolso de cuero, de esos en los que suele encontrarse, si es que alguien se aventura a hurgar en su interior, una variedad asombrosa de cosas (cosas como una lima, un lápiz labial, un corta plumas, un arete al cual le falta su par, una libreta taquigráfica, tabletas de menta o un compás de precisión).

Era simplemente hermosa. Y al igual que en cada una de las pocas ocasiones en las que había podido observarla, no podía alejar su vista de ella.
Aprovechando el lugar dejado por un pasajero que bajaba del autobús, se sentó a penas un par de asientos detrás de ella en la línea contraria, sin dejar de verla ni un instante. De repente la joven volvió su rostro, y, por alguna razón que quizá esté oculta hasta el fin de los tiempos, intercambió una mirada con su admirador, fijando el instante en el tiempo con el brillo de sus ojos, como en la balada del viejo marinero.
Mil pensamientos vinieron a su mente, que ahora quizá solo era superada en actividad por su agitado corazón. Parecía una nota de música lejana, el eco de un suspiro…

‘Te vi sonriente, y flotando ante mis ojos,
La imagen de tus ojos quedó,
Como la mancha obscura, orlada en fuego
Que flota y ciega si se mira al Sol…’

Cierto viejo hombre calvo que había estado sentado a la par de aquella hermosa joven —cuya existencia había pasado desapercibida en todo el trayecto— se puso de pie para bajar en la siguiente parada, y Ella, que había estado sentada en el asiento al lado del pasillo, se movió para situarse en el lugar junto a la ventanilla.

El corazón aquel poeta dio un vuelco, debatiéndose en la indecisión. Un par de minutos después se vio a si mismo poniéndose en pie para sentarse su lado. No era algo normal en su comportamiento, simplemente no era el tipo de persona que habla a alguien que no conoce. Aunque técnicamente si la conocía.
Esta vez sintió que su corazón no iba a soportar si no lo hacía, debía dirigirse a ella.
La joven se volvió hacia él, mostrando de nuevo aquella dulce sonrisa que recordaba al arco iris, y que seguiría grabada en su mente por mucho tiempo.

Estaba nervioso, y vaya que le resultó un trabajo titánico ocultarlo, o al menos tratar de hacerlo. Aclaró su garganta más tiempo de lo que un se estima normal, logrando que Ella le viera con aire de curiosidad, como esperando oírle hablar.
¡Por supuesto! —Pensó para si— alguien como ella debe estar rodeada de halagos todo el tiempo… pero ahora era demasiado tarde para echarse atrás:

—Le he visto en otras ocasiones —dijo el poeta de la mejor manera que pudo—. Antes que piense o diga cualquier cosa, debo decirle que no es mi manera, que no acostumbro…
— ¿Aja? —Preguntó ella gentilmente, con su voz de terciopelo—
—Le he visto… en este mismo autobús. Y pienso que es usted bellísima, y que su hermosura es una cadena al corazón, cuyos eslabones son de flores… —continuó él, levemente aturdido por el eco de su suave voz y su aroma floral—. El cielo sabe que si no le digo esto en este momento lo lamentaré más adelante.

Ella al principio pareció confundida, pero luego esbozó una fresca y prolongada sonrisa

—Gracias —respondió mientras miraba hacia sus manos, sonriente— mi nombre es Ana. Encantado de conocerle...
Apretó sus libros con ambas manos, y continuó sonriendo por un instante que pareció una eternidad, ahora fijando sus ojos en él.
Súbitamente algo turbó aquel bello rostro. ¡Debía bajar en la parada que acababan de dejar atrás! Se disculpó nerviosamente y casi tiró uno de sus libros sobre él. Colgando su bolso en uno de sus hombros se puso en pié. Él inmediatamente hizo lo mismo, permitiéndole salir.
—Espero verle de nuevo —balbuceó él, sin encontrar algo mejor que decir—
—Yo lo espero también… —dijo ella, mientras daba un paso hacia la salida—

Él poeta creyó que las cosas no habían salido tan mal, y ahora su corazón latía con un ritmo más normal. Pero Ella se volvió, y mientras tanto, él quedaba atónito e inmóvil al verle regresar. Y así siguió, petrificado por quien sabe cuánto tiempo, después de el beso de aquella hermosa joven en su mejilla izquierda
—Ana —repitió para si— y de nuevo percibió aquel dulce aroma a flores

3.11.2009

Melodía de Ti

No soy rayo de luz, fleco de plata de una distante estrella
No soy resplandor sereno, del astro errante, luminosa estela
No soy suave brisa, caricia de amor sobre el campo verde
No soy flor peregrina, fragancia cautiva, que el corazón prende

No soy del torrente el murmullo, ni la ardiente nube del ocaso
No soy beso del Sol, ni de la primavera abrazo
No soy nieve en las cumbres, ni soy onda del azul mar
No soy fuego en la arena, ni la esperanza del viajero al caminar

Soy tan solo una sencilla canción,
Melodía tenue de tu gracia y perdón
Soy tan solo un verso frágil hecho canción,
Melodía tenue de tu gracia y perdón

Soy tu canción,
Melodía de tu gracia y perdón
Nada más puedo ser
Nada más puedo ser