12.10.2007

Voces del riachuelo.

En la selva húmeda y lejana todo pasaría: la vida, el verano, las lluvias suaves del amor. Sólo el riachuelo de agua clara no dejaría nunca de pasar. Él ya estaba en el monte cuando yo nací. Y allí seguiría después de que yo muriera.
Desde niño me gustó ir a sentarme a sus orillas para verle pasar y escuchar su murmullo. Creo que nos volvimos hermanos. Yo no podía vivir sin el, y el sin mi era nada más una corriente silenciosa y sin flores que pasaba hacia los mares lejanos.
De tanto escuchar las voces del riachuelo, empecé a entender sus palabras, sus canciones e historias, historias de repuntas, de pescadores y de peces encantados.
Aprendí su lengua y su abecedario para poder hablar con Él y con la vida. Para decirle al arroyo la confesión de mi alma. Entonces me dijo que nunca me fuera de su orilla.
Para cumplir mi promesa, me hice pescador y del color de los pinos de la jungla perfumada.
Durante esos años, mucho me dijeron las voces del riachuelo, porque en Él estaban todas las voces, así como todos mis sueños.
-yo se que un día nos diremos adiós- y su voz y la mía se irán de aquí, buscando como las aguas eternas los mares lejanos de la ilusión.
Antes de mi voz ya estaban las voces del riachuelo. Cuando yo nací Él ya corría en el monte.
Las lluvias, el verano y yo pasaríamos, menos el afluente de agua fresca, que nunca dejaría de cantar.

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