11.10.2008

Hombre de una pierna

Siempre me ha llamado la atención el cómo hablamos de otras personas y cómo les acusamos, con o sin mayor conocimiento de causa. Debo aclarar que las acusaciones que hacemos no siempre son negativas, pues a veces están llenas de halagos, atribución de cualidades imaginarias y de exaltación de las virtudes del prójimo. Pero el hecho de que nuestras afirmaciones respecto a otros estén llenas de buenas intenciones, no impide que la mayoría de veces dichas frases sean todo menos precisas.
Por ejemplo, alguien me dijo el día de ayer que sabía que precisamente iba a decir la frase que dije. Dijo que ya me conoce suficiente para inferir el curso de mis respuestas y discursos. Aunque oír esto me causó un disgusto nada insignificante, a la vez me pareció asaz divertido. El individuo (que así quiero llamarle) no tiene más de cuatro meses de conocerme y ya puede saber a la perfección lo que responderé ante cualquier pregunta. Ante esto tengo solo tres pequeñas objeciones. Primero, ni siquiera yo sé con certeza absoluta la forma en que responderé ante determinada línea de razonamiento o conversación. A veces yo mismo me sorprendo a mi mismo por el curso de mis respuestas, dándome cuenta con gusto, que ahora mis creencias y principios son más sólidos que antes. Segundo, tal individuo pertenece a una escuela de retórica diferente a la mía, lo cual hace casi imposible que pueda entenderme como dice. Cuando digo algo, mi objetivo es decir lo que quiero decir y nada más, y el lector u oyente atento no tendrá manera de pensar que quise decir algo más, mientras que ‘Individuo’ pertenece a esa clase muy común de personas que inicia una cantidad increíble de frases pero que no termina ninguna, la clase que tampoco escucha la oración completa y cree haber desentrañado los misterios de quien la dijo, adivinando el color del gato del orador con tan sólo escucharle leer algunos de sus versos. Tercero, siempre creí que aunque los humanos somos medianamente predecibles como masa —Hecho ampliamente demostrado por los economistas y los publicistas—, los humanos como individuos somos veleidosos, impredecibles, místicos y extravagantes. Si Dios no creó a nadie físicamente igual, ¿Por qué habría de hacer que dos o más humanos pensaran de la misma manera?

Un amigo muy cercano dijo otra de estas frases interesantes (que vuelvo a repetir: no son necesariamente negativas) diciendo que mis escritos carecen de conclusiones. Alguien más apuntó acerca de mi habilidad de no respetar mi propio tema y la maestría de mis divagaciones. El lector dirá si esto es así o no. Pero no me juzgue muy duramente aquel que sólo ha leído mis bagatelas.

Otra acusación más acertada la recibí la semana pasada. Uno de mis amigos me dijo que yo era ‘Ortodoxo’, con lo cual quería señalar que soy hombre de una idea y en esto tiene razón. En nuestros días se habla de tener una ‘mente abierta’ y dicha categorización se usa en sentido de superioridad. Si somos más exactos, al decir que posee una ‘mente abierta’ el hombre moderno quiere decir que tiene una docena de filosofías incompatibles bailoteando en su cabeza. Un amigable consejo: Tenga cuidado el hombre moderno, como dice aquel dicho vulgar, pues si las moscas entran en las bocas abiertas, también podrían entrar en las mentes abiertas.

Se nos acusa de ser hombres de una idea y eso es justo. Pero eso no significa que los ‘ortodoxos’ no podemos estudiar, entender ni apreciar otras ideas diferentes a las que consideramos correctas. Aquella frase de Chesterton explica muy bien a lo que me refiero. Él dijo: ‘Muchos dicen estar de acuerdo con Mr Bernard Shaw y otros dicen no entenderlo. Yo soy el único que lo entiende y no estoy de acuerdo con él’.

Nuestros mayores méritos como hombres ortoxodos, si es que existen méritos, es la seriedad de nuestras opiniones y nuestra diligencia en la búsqueda de la verdad, características escasamente halladas en las ‘mentes abiertas’, pues el moderno es amigo de lo relativo. Nada es blanco, nos dirá, nada es negro, todo es gris, todo es relativo a la perspectiva. Y yo diré que las sombras son oscuras, que la luz clara es la que posee todas las frecuencias del arco iris y que la virtud no es sólo la ausencia de vicios y perversiones sino algo fuerte y flamígero, puro y brillante, reluciente como una estrella.

Estoy orgulloso de ser hombre de una idea. Después de todo, la poesía de nuestra tierra es que tenemos una sola estrella que nos ilumina cada día: nuestro Sol. La poesía del arte es contemplar esa torre única, esa pintura fabulosa; la poesía de la naturaleza es ver ese único árbol que destaca en el horizonte; la poesía del amor es amar a la misma y única mujer y la poesía de nuestra religión (si se me permite usar esa palabra) es que tenemos un único Dios y creador.

Soy hombre de una idea. Pero estos días me tocó ser hombre de una pierna. Una herida en el pié afectada por un hongo que se adhirió a mi piel a causa de la lluvia produjo una infección horrenda, además de la obligatoria fiebre, dolor y sobre todo la inutilización de mi pierna derecha. Samael Melara parado en una pierna. La imagen de alguien como yo en plan de flamenco evoca, más que una imagen poética, una imagen hilarante. En estos días entendí mejor lo que los estudiantes de arquitectura dicen, eso de que una columna sirve únicamente para soportar peso, y eso es lo que tuvo que hacer mi pierna izquierda, la más sencilla de las columnas orgánicas.

Esta noche una amiga que llamó por teléfono, intentando levantar mis ánimos, me hizo recordar lo importante que es agradecer a Dios por las pequeñas felicidades con las que Él nos rodea cada día. Qué malo es que nos demos cuenta de lo terriblemente bellas y asombrosas que son las facultades que nos han sido dadas hasta que carecemos de ellas o cuando estas son puestas a prueba. Sea que nuestra razón sea probada en un mundo de locura, nuestra fe en un mundo de apostasía o nuestra pierna izquierda que es puesta a prueba al cargar el peso de todo el cuerpo.

No esperemos que lleguen los tiempos de adversidad para apreciar lo que nos ha sido dado. Agradezcamos el Sol a diario, añoremos Su calor cada día y no solo en los días de frío y tormenta.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Creo que lo difícil es el sano equilibro entre las diferentes posturas...

O como dice el dicho "los extremos son malos"

Por un lado está esa persona que todo lo relativiza, para quien todo está bien. Y por el otro el que cree tanto en su verdad, que no puede aceptar que otras personas piensen diferente...

Creo que tu postura es la más deseable, Sam, y por eso adhiero a ella: tener convicciones firmes y claras, pudiendo a la vez respetar las creencias de los demás.
Quisiera agregar que poder compartir con quienes no piensan como nosotros es muy enriquecedor en tanto haya respeto mutuo.

Gracias por tu muy interesante reflexión XD

Pato

PD: fundamental lo que agregas sobre valorar lo que tenemos mientras lo tenemos, sin esperar a que nos falten esas bendiciones. Y más aún cuando se trata de personas, de la familia, los amigos (algo que tengo en mi corazón por este tiempo)
¡Abrazos super cariñosos para vos!

Anónimo dijo...

"Aquel hombre de Dios, curtido en la lucha, argumentaa asi: que no transijo? Claro!: porque estoy persuadido de la verdad de mi ideal. En cambio, usted es muy transigente...: le parece que dos y dos sean tres y medio? - No?..., ni por amistad cede en tan poca cosa?
- Es que, por primera vez, se ha persuadido de tener la verdad... y se ha pasado a mi partido!"

(J.E.B., Camino, 395)

Un abrazo, colega.