11.18.2008

Rescatados del cesto de basura



Limpiando mi dormitorio encontré varias libretas llenas de escritos. Algunos poemas, uno que otro esbozo de alguna historia y otras monstruosidades para las cuales aún no existe clasificación. Palabras a veces carentes de sentido práctico pero nunca de sentimiento. Frases tejidas por un corazón arrebatado más que por una pluma ágil.
La mayoría fueron escritos antes de los 14 años y leerlos 8 o 9 años después produce una especial mezcla de emociones. A esa edad no tenía muy claro que quería escribir, pero escribía. No entendía mucho de la métrica ni el ritmo de los versos, no tenía un estilo definido y frecuentemente me dejaba llevar por la emoción del momento. Hay escritos muy alegres y otros muy depresivos.
Muchas de esas composiciones ahora yacen en el interior del cesto de basura y quizá muchas de esas páginas serán recicladas y usadas para imprimir un periódico sensacionalista al cual nadie cree pero que todos compran. Otros los conservaré conmigo hasta encontrarles un mejor uso, a lo mejor puedo rescatar alguna frase. Algunos jamás serán vistos por otro humano (no tengo objeción a mostrarlos a otros seres y criaturas bondadosas) —a veces el escritor escribe tratando juntar sus pedazos, y sucede que cuando la crisis ha pasado y los pedazos ya no están separados, el escrito pierde un poco el sentido—, y otros los compartiré con algún amigo cuando lo presuma conveniente.
Dos de esos escritos los comparto con los lectores de este blog. No por ser los mejores, ni por ser los que más me gustan ahora. Es más, son bastante malos a nivel literario, además de un poco ingenuos. Los comparto por lo que significaron cuando fueron escritos. Los transcribo exactamente como los hallé, garabateados con bolígrafo azul, en las amarillentas páginas de una libreta de taquigrafía:

Estrellas, preguntas y respuestas

Desde niño siempre me gustó mirar las estrellas. Podía contemplarlas hora tras hora, sin que eso disminuyera tan siquiera un poco mi ilusión.
—¿Por qué te gustan las estrellas? —Preguntó la inmensa vastedad— más no hubo más respuesta que un suspiro.
Tal vez, pienso, aquel niño tenía en las estrellas el combustible para su incandescente imaginación. Tal vez porque al ver las estrellas, las cosas, sensaciones, anhelos y palabras cobraban sentido…
Tal vez porque, cuando aquel niño insignificante enfrentaba su vista con el cielo, florecían nuevos sueños, infinitos y en constante expansión, como las mismas estrellas.
Tal vez porque con la mirada fija en ellas, no había cosa que pareciera imposible. ¿Es que acaso trataba de hallar las respuestas en la vastedad del firmamento? Ahora no lo se. Solo sé que aquel niño siguió soñando, y al mismo tiempo, cuando fijaba su vista en las estrellas, hallaba respuestas y muchas más preguntas.
Esas preguntas y respuestas forjaron en él sueños, sueños que ningún niño osó soñar jamás.
Y así, con el paso del tiempo y con cada estrella, con cada destello, con cada lágrima, con cada gota del rocío nocturnal, el niño escribió un grandioso libro.
No con tinta, ni en papel mortal, sino con polvo de estrellas, impregnado en su corazón…
Cierto día alguien inoportuno, un huésped indeseado, desafió al niño y su libro, el libro de las preguntas y respuestas.
—Trataste de hallar respuestas en la inmensa vastedad —dijo el huésped—, a cambio encontraste más y más preguntas
—Tal vez sea así —replicó el niño—. Es posible que al buscar respuestas hallé más preguntas. Pero esas preguntas me enseñaron el valor de la esperanza. Esperanza que es un arma, un arma de luz. Esperanza que es un manantial, torrente que refresca el alma. Aprendí que necesito esas preguntas para poder soñar. Tal vez, agregó, tal vez, lo que todos necesitamos es darnos cuenta que es posible soñar, soñar la ilusión de lo imposible.

La Flor

El amor, el más excelso de los sentimientos, fue la obra maestra del Artífice de la Primavera.
La flor perfecta del deseo puro fue plantada en el corazón de los hombres. Bella y policromática, fue creada para durar por siempre.
Debía ser blanca, pues nada habría más puro que ella.
Debía ser azul, para recordar la inmensidad.
Debía ser roja, como el geranio de la determinación…
De esa forma, el Creador dotó la flor de los más perfectos colores. Colores de esperanza, de paciencia, de perdón, de alegría. Puso además en su seno las mieles de la verdad, mieles que, según la propia indicación del Creador, servirían para sanar las heridas del alma y para liberar el corazón.
La indicación final para la creación de esta flor fue definitiva: el tiempo y el espacio no tendrían efecto alguno sobre ella.
La obra maestra del artífice de la primavera fue plantada en el corazón de los hombres, bajo un contrato firmado con tinta carmesí, sobre una vieja Cruz.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

malos... aja... y yo soy un renacuajo. Bueno, puede que lo parezca. Pero no lo soy. Y eso, que yo sepa, de malo no tiene una letra.

Anónimo dijo...

Decididamente Polly no es un renacuajo!

XD

Bellísimo Sam!

Creo que miraré las estrellas más seguido :D

Pato