6.11.2008

El viento perro de las mariposas

No se si el viento se convirtió en perro o el perro devino en ventisca...
Recuerdo la aurora de cuando fuimos dichosos: un fuerte vendaval, despeinando la hierba y su lacia cabellera. Mis otros amigos, corretenado en el prado y mi perro negro azabache, siguiendo mariposas de otros mundos, que sólo él y yo veíamos. Lejanas mariposas de la nostalgia. Un breve instante aquel en el que no existía en ninguna parte del mundo tristeza, dolor, temor ni desconsuelo.
Era la edad feliz del viento perro de las mariposas.
La vida era real, porque estaba desnuda en nuestras caras de niño. Y yo era un chiquillo a veces triste, porque después de llorar, mis lágrimas eran dulces en mis labios —Porque hay una escondida dulzura más allá de esas gotas saladas del mar interior—.
Y el perro veía mariposas que sólo él veía, mientras yo miraba sueños amarillos, que solo yo miraba. El mundo entonces tenía nuestra misma edad, la edad de los planetas... La edad de la inocencia.
Al final no se si el perro soñó a la noche o si la noche soñó al perro, pero los dos eran del color del carbón y de los imposibles.

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